lunes, abril 28

Los monstruos y un libro

Hoy leía en el Periódico, en uno de esos breves que sacan los trapos sucios de la gente, que un hombre había encerrado 24 años a su hija, la había violado y había tenido 7 hijos con ella. Y la siguiente noticia era sobre un accidente.

Más tarde lo he visto comentado en la tele y las imágenes que recogía el País en su web. A parte del ojo del director del Periódico para captar el scoop, sólo encuentro una palabra a la historia: espeluznante.
Esto ha pasado en Austria, el mismo país en el que hace apenas un año salió a la luz el caso de Natascha Kampusch, la chica que estuvo media vida encerrada y violada por otro loco. El mismo país donde nació el psicoanálisis, otra coincidencia. Bueno, Austria, esa cuna de grandes músicos que es uno de los países estandarte de la evolución occidental. Y es que el caso me permite justificar mi manía de llamar evolución al desarrollo, por lo de barrer para casa.

Tuve un profesor, uno de aquellos cuyo nombre es mejor olvidar, del cual lo único que aproveché fue una extensa bibliografía. En la tertulia de la Cuatro, con Concha García Campoy, citaban a Dovtoievsky o Capote como ejemplos para entender a mentes psicópatas. Yo también recomiendo otro libro: CARRÈRE, Emmanuel. El adversario. Anagrama, 2000. Me parece que se desquita del dramatismo de uno y de lo escabroso del otro para seguir a través de la mente de un tipo aparentemente normal toda una vida de engaño que acaba en asesinato. Y sobre todo, porque el tono que el periodista le da a la historia es tan vanal, tan poco intrincado que creo que se parece más a la realidad de lo que imaginamos. Así que este austríaco, que incluso tiene cara de abuelete entrañable del norte, no creo ni que tenga nada del imaginario tan romántico de las películas de terror. Me atrevería a decir que se levantaba cada día a las 8. Y decían que era maldad, maldad, que se lo digan a mi madre cuanto me tiene que despertar (humor negro).

Pero no es que esté escribiendo porque me proponga juzgarle. Tengo muy claro lo que es y nada se puede decir en público. Sólo me admira una cosa de estas historias, que siempre haya un momento que podamos entenderlo. Porque ni siquiera se puede considerar que sea una locura la historia. Es todo demasiado cotidiano, demasiado constante, rutinario y próximo para no conocerlo. Por eso me da por pensar que todo eso de buscar el equilibrio y compensarse a uno mismo no tendrá al final una doble cara, como la de este tipo.

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