Kracauer hace una crítica del signo según la cual la
modernidad ha trasladado el significado del objeto a su valor de uso o de
posici
ón relativa. Señala
que la yuxtaposici ón del punto de vista
narrativo del reportaje es una metáfora de la construcción simbólica con la
cual el ciudadano moderno evalúa y toma decisiones con respecto a lo que le
rodea. Eliminado el narrador omnisciente, los términos absolutos de la
objetividad se disuelven en el contraste de valores simbólicos que han tomado resignificaciones
creadas a partir de la relación entre los mismos. Es entonces cuando Kracauer
vincula este vacío de definición a las estructuras económicas y sociales
modernas, nacidas de la industrialización, con la mecanización como eje
“conceptual” y la ciudad como representante de sus valores. Este nuevo orden se
caracteriza por delinear una sociedad con las necesidades primarias cubiertas,
sin verse obligada a cumplir los procesos para su supervivencia; que ha perdido
vinculación con el valor de su existencia, ya que la masificación humana lo hace
intercambiable y prescindible; y que condena al hombre a la incapacidad de
tomar decisiones respecto a su camino vital.
La teoría de la Nueva Objetividad toma la perspectiva de la
visión plural. La realidad es una composición documentada de momentos
superpuestos que descubren las relaciones que dan el significado y su valor a
los elementos. La antigua concepción egocéntrica del mundo empalidece cada vez
que prueba su contraste con la realidad. Las categorías aparecen mezcladas,
superpuestas, sin un eje ordenador, y siempre variables y en movimiento. El
individuo está enfrentado a un mundo cada vez más complejo que le impide dar
una definición apropiada no sólo de la supuesta “realidad”, sino incluso de su postura
política y personal. Esta visión le condena a una alienación más íntima, la de
no poder escoger su propio camino por no ser dueño de los símbolos que definen
su realidad. [1]
La nueva realidad urbana requiere del nuevo hombre una
adaptación tanto laboral como social que le impide la toma de decisiones alrededor
de muchos aspectos vitales sobre sí mismo. Decisiones que debe someter a los
dictados del sistema para poder acceder a las herramientas de supervivencia. La
vida interna está dirigida a los objetivos del conjunto de la máquina social.
Ésta no sólo crea la mecanización de la vida laboral, ajena a los ritmos
rutinarios de la Naturaleza, sino que estandariza además las necesidades
afectivas en formatos de entretenimiento, que son al menos el último reducto de
la expresión personal. Así se ve sometido a una iconografía de experiencias o
emociones que lo categorizan en estándares ajenos a su vida personal, o
individual.[2] El
mercado crea la mentira del ideal para aquellos que lo alimentan, que cumple
con el papel que juegan las identidades dentro de la máquina, pero que fuerza su
configuración interna a una definición cada vez más alejada de la visión
personal.
La imagen se aleja de aquello que oculta en tanto no cumple
con el camino experiencial del hombre que la ha hecho posible. La perfección
resultante del continuo refinamiento de la mecanización amaga precisamente la
estratificación de procesos que la han configurado como tal. Procesos que el
individuo moderno adquiere sin ser partícipe de su construcción ya que su
racionalización los ha podido “manufacturar”. El ideal moderno ya no viene
definido por la conceptualización ejemplarizante de la razón, sino que lo ha
creado la racionalización de objetivos derivada de la historia industrial.
Objetivos que ha dispuesto de la misma manera para el individuo que para el
ámbito social. Un crecimiento más cercano a las ciencias sociales que estudian
el devenir de sistemas e instituciones que actualizan el resultado de un
desarrollo político y cultural hiper evolucionado. Se construyen sin eje
conceptual predefinido y con mayores obstáculos a su acceso y definición, ya que
el nuevo hombre tampoco es capaz de concebir su estructura sin una preparación más
desarrollada que la educación escolar.
Es por ello que el ideal representado en la cúspide social, que
se presenta en el proceso democrático al alcance de todos gracias a la
expansión de los medios, es el dios falso de la frustración y el ideal errado
de la aspiración humana. Aunque sea real en tanto posible, no es sin embargo un
horizonte para el que la sociedad prepare al individuo, sino al contrario. Las
herramientas que hacen posible la consecución de poder para que el individuo
pueda controlar su propia forma de vida, se topan con no sólo la exigencia de
una preparación superior, sino con un mundo de relaciones mercantiles ya
construido sobre el nepotismo con el que el poder económico resguarda su porcentaje
de beneficios.
Pero no sólo la aspiración a un signo vacío de significado es
materialmente imposible, sino también condena al ciudadano al vacío espiritual
de no poder construir una realidad más cercana a sus deseos y necesidades individuales.
Aunque pueda tener acceso al ideal de vida, no es capaz de disfrutarlo, ya que
es una fórmula que no ha construido por sí mismo porque ha sido creada más allá
de sus elecciones personales. Además, la experiencia pierde su valor en tanto
cambia de significado, ya que ésta no viene definido por su “naturaleza”, sino
por su uso y su relación.[3] El
hombre que no ha construido esa “experiencia” por sí mismo, que ha adquirido
prefabricada en paquetes vacacionales, no la puede escoger adaptada a su
criterio y gusto personal. A pesar de la hiperdefinición de los procesos se
ajuste a muchos aspectos personales del individuo, éste puede fallar en
percibirlo así, ya que su constante cambio y resignificación hacen más compleja
la definición de sí mismo así como su papel o identidad.
Kracauer se une al romanticismo filosófico de principios de
siglo que reclama la experiencia individual por encima de la vía social como
camino “real” para el desarrollo colectivo. Un canto a todo aquello que ha
constituido al humano como ser racional, capaz de abstraer la realidad para
poder configurarla a su antojo, y no a la inversa. El método “natural” que la
máquina ha absorbido en procesos de mecanización cada vez más simplificados, pero
que ha alejado a sus miembros de los ritmos que en último término el individuo,
en tanto cuerpo, es capaz de controlar por sí mismo para dirigir su proceso de
crecimiento personal, tanto en sus decisiones emocionales como profesionales. La
supervivencia en la máquina obvia muchas veces el valor de los costes de
tiempo, de inversión de energías y de asunción de riesgos de todo proceso debe
pasar para llegar a una evolución, camino esperado para el individuo. Se pierde
entonces el conocimiento personal de los años necesarios de procesos de prueba
y error para construir un proyecto adecuado a la postura donde cada uno esté mejor
adaptado tanto emocional, profesional como política o socialmente. Y es así
también cuando la definición del símbolo hegemoniza la vida del hombre, que se
ve obligado a correr tras de él en vez de hacerse dueño de su creación y, por
tanto, de su significado.
[1] En las Ciudades
blancas, pág. 9, Roth da un primer paso en la misma dirección perspectiva:
“El ‘buen observador’ es el informador más triste. Registra todo cuanto está
sujeto a cambios con los ojos bien abiertos, pero rígidos. No escucha su propio
interior. Debería hacerlo, sin embargo. (…) Antes de que escribamos una
palabra, ésta ya no tendrá el mismo significado. (…) Sólo puedo narrar cuanto
ocurría en mi interior y cómo lo vivía”
[2] Aquí también Roth, en la misma narración que la
anterior nota, pág. 11, concuerda en la postura social del individuo: “Nos
vemos obligados a ‘mostrar nuestro juego’, y no puede ser uno cualquiera, sino
uno que disponga de reglamento oficial: sino ‘careceríamos de principios’”.
[3] En Crónicas
berlinesas, Roth, pág. 16, el escritor vincula la experiencia del paquete
vacacional con la degradación de la noción de Naturaleza como elemento genético
de los signos en favor de su significado relativo: “En su lugar se extiende en
las afueras de la ciudad la naturaleza concepto, el concepto de naturaleza. (…)
Y es que la naturaleza ha recibido una misión. La razón de nuestra existencia
es nuestra distracción. Ya no existe por sí sola. Existe para cumplir con su
misión.”
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