martes, julio 24

vacaciones en casa

Después de tantas series made in USA, ya sé qué tipo de persona soy. Soy de esas que le temen al cambio y por eso cada verano, desde hace 5 años, me quedo en la ciudad trabajando. Será que todavía sigo estudiando y ya se sabe que la de estudiante es la mejor vida. Pero no me voy a quejar del bochorno, ni del turismo, ni de la recogida de basuras. Me quejo de los que tienen vacaciones, que no tienen pizca de consideración para los que no rompemos el ritmo y cuidamos que todo siga igual.




Existe un síntoma, que si no está catalogado, ya me lo invento yo: la mala leche dos semanas antes de un viaje. ¿Se han dado cuenta la cantidad de tensiones que crean todos los que tienen en mente largarse? Porque realmente el viaje parece una fuga, con todo el estrés de ligar hasta el último detalle, aquí, allá, a mí, a ti, y en cuenta atrás. El tiempo va a patadas, a ver si pasa, y cualquier pequeño conflicto es amargarle la vida. De repente pierden toda relación con su ambiente, están aquí porque la sociedad les obliga, pero sus cabezas ya están suspendidas en un mundo desconocido y críptico con el que mejor no meterse. Y sino prepárense a conocer al monstruo bien cargadito del año, del trabajo, de la familia, del fin de mes, y de usted, que está delante y que le ha preguntado cuántos sobres de azúcar le pone al café: "¡¡¡pues los de toda la vida!!!". Pues toda la vida parece que se tenga que acabar este mes, porque para el que se va de vacaciones, todo pierde importancia menos la playa.

Visto lo visto tampoco les voy a aconsejar que se queden en verano. Uno al final se acostumbra, es verdad, pero esta es una columna optimista. La próxima debería tratar de las psicopatías del trabajador de agosto, y sería mucho más larga.

1 comentario:

Anónimo dijo...

The Economist, reneix!